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Venecia exige un Redentor


Una fila de botes guiados por puentes se balancea pacíficamente sobre el agua, movidos con elegancia por las suaves olas que ondean en el canal.


Es 20 de julio y el puente de pontones está listo para recibir a los viajeros para conmemorar el fin de la epidemia de la peste que asoló Venecia en 1575.


Destaca la Basílica del Redentore, como un verdadero signo en memoria de la liberación del fatal yugo de la ciudad. Construida sobre un ambicioso proyecto palladiano, la basílica acogerá a los frailes capuchinos y seguirá la regla de la pobreza.

En los materiales, pero no en las intenciones: desde la cúpula la luz inunda simbólicamente los espacios haciendo vibrantes y vivos los volúmenes.


Esa basílica es una vuelta a los orígenes: la terracota y los ladrillos plantean la planta bizantina. Despojado de todo narcisismo, hoy el Redentore recuerda: es una advertencia. Somos fuertes hasta que ya no seamos más, vivimos hasta que ya no vivamos.

Los fuegos artificiales iluminan la Laguna, las risas chocan contra la fachada de mármol blanco. Un nuevo día se asoma.


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