El orgullo de mi vida: la obra pública más importante de la ciudad que me adoptó.
Ni Sansovino, ni Sanmicheli, ni Giulio Romano. Entre los mejores arquitectos del mundo, finalmente me eligieron a mí.
¿Podría pagar alguna vez la deuda de gratitud que contraje con Alvise Valmarana, para Gerolamo Chiericati y, obviamente, con Giangiorgio Trissino?