Un legado verdaderamente importante el de Andrea Palladio.
No estamos hablando de su tratado Los cuatro libros de arquitectura, ni de las innumerables maravillas arquitectónicas que diseñó durante su carrera.
Hablamos de un edificio particular, lugar de arte y cultura, cuna de sueños e imaginación: el Teatro Olímpico.
Un nombre altisonante en el que el arquitecto volcó todo su amor por las líneas clásicas y los dogmas de la antigua Roma, símbolo de armonía y perfección funcional geométrica.
El teatro cubierto más antiguo del mundo, reproduce la ilusión de un teatro al aire libre clásico gracias a un cielo representado en el techo observado de cerca por las estatuas que representan a los patrocinadores, los miembros de la Academia Olímpica, un círculo de conservación de la cultura del que numerosos exponentes formaban parte de la nobleza de Vicenza.
Pero lo que más llama la atención del teatro es su escenografía, fija y nunca sustituida por su inauguración. Los oficios tebanos se despliegan ante nosotros en un fascinante juego de perspectiva que aporta profundidad y realismo, dándonos la sensación de estar dentro de la historia. La obra es Edipo Tirano de Sófocles, un homenaje a la función del teatro clásico que se pretendía donar al Olimpico.
Incluso hoy en día, la temporada de teatro clásico de Vicenza tiene lugar en esas calles, así como interesantes y particulares conciertos de instrumentos antiguos y lejanos, para el deleite de los admiradores.